Nuestro momento

Los momentos de silencio, de locura, de cansancio o como sean esos momentos, es lo que nos queda del día. A veces buenos y otros no tanto. Pero aun nos queda qué hacer, qué pensar y qué decir. Nuestros hobbies, nuestros vicios, nuestros antojos y nuestras alegrías ocupan, sin duda, lo que nos queda del día.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Cuando volvemos



Está esa sensación de querer recordarlo todo, los olores, la brisa, hasta el color del cielo. Recordarlo todo. Pero te marchas a otra ciudad y esos olores, esa brisa y hasta el color del cielo es diferente y, entonces, te contagia y lo vas olvidando. Sin querer, le haces un hueco, un gran hueco para así vivir día tras día lo mejor posible. Pues lo difícil del recuerdo no es el olvido sino que te haga sufrir de nostalgia. Pero te acostumbras, o lo intentas, pero cuando volvemos… el estomago late, el hígado late y las entrañas se ruborizan como si vieran a un amor primerizo.

Desde que llegas a la estación miras hacia el cielo, y respiras profunda y suavemente. Agudizas los sentidos, tus oídos se despiertan para poder oírlo todo. Luchan por un sonido de olas, pero estas, quedan demasiado lejos. Durante el viaje a casa, sin despegar los ojos de la ventanilla, ves como a cambiado ese lugar que un día conociste y que ahora se te muestra extraño, crecido y en pleno estado de evolución. Pasas por una calle y piensas, “hubo un tiempo que pasé por aquí mil veces y hoy, es un leve recuerdo” Y llegas a casa, huele como siempre, sin embargo, tu olor ya no es el mismo y te quitas el jersey y vuelves a olerlo pero no lo reconoces, es tan diferente que ya no lo quieres.

El sol brilla de otra manera y, el cielo, por supuesto, tiene otros colores. Las aceras nos están llenas de hojas otoñales pues las palmeras y los naranjos están hechos de otro linaje. Y te sorprende que nunca antes hubieras amado a un naranjo como lo haces en este preciso instante. Y ocurre con los rincones, que ahora fotografías desde cualquier ángulo, quizá, para no dejar de recordarlo o por que, sin darte cuenta, los habías echado  de menos. Y te parecen tan hermosos y singulares esos balcones, edificios enteros a los que antes nunca habías mirado con atención. Cual turista, te entregas a tu propia ciudad como si fuera la primera vez, con la sensación inmediata de que algún día volverás.

Y es cuando lo ves por primera vez, después de tanto tiempo, cuando revolotean mariposas en tu interior, y te sientes a salvo, después de tanto tiempo, estás en paz y solo quieres correr a abrazarlo. Pero no toda época es buena para ello, así que te conformas con mirarlo y tatuarlo en tu retina.  Y aunque él se muestre distante ante tu aparición, no se lo tienes en cuenta y le sonríes disculpándote.  Al fin y al cabo, las olas  siempre vuelven, como lo hacemos nosotros.

  Desde Málaga.




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